domingo, 22 de enero de 2012

El síntoma esconde el conflicto. De la tartamudez.

La disfluencia esconde el síntoma.



La disfluencia esconde síntomas. Sin dejar de ser lo que es, esconde otras cosas. Cuestiones con historia, problemas que no son de uno, pero que terminan en uno. Y empiezan a ser de uno. Entre otras cuestiones que se juegan alrededor de quien terminará padeciendo una dificultad, con muchas aristas complejas.
Lo que podemos ver, quienes trabajamos con la disfluencia, es que empiezan a emerger otras cuestiones mucho más complejas cuando se comienza a resolver la trama de esta problemática. Entonces, se ven las conveniencias incómodas de una perdida de fluidez que viene a ser como un tapón de la emoción, del mundo interno y psicológico del paciente.
Desde allí se entienden muchas veces las resistencias al fluir, a las herramientas que se les proponen. Porque detrás de ese levantamiento se encuentra un compromiso, un crecimiento, un enfrentamiento con las cuestiones originales. Las que realmente fueron parte generadora de la disfluencia y su perdida de ser; por no fluir. Esta es la verdadera matriz a resolver, lograr que el paciente llegue a entender que es, a pesar de la disfluencia, que no tiene que dejar de ser en nada porque se altere la manera de decir las cosas.
Un encierro que nos lleva al hecho de quedar atrapados mirando la rama del árbol. Y no ver el bosque. La disfluencia tiene esa capacidad particular para convertirse en la esencia de las cosas, sin serla. Esa manera, tan especial, para que todo empiece a pasar por allí. Un embudo que limita el flujo desde muy temprano, porque allí quedaron atrapados los sentimientos encontrados, en un niño que vivía controvertido. Y atrapado. Y que en vez de expresarlo, porque no se podía, intentó otro camino. Perderse en el bosque del olvido y quedarse detrás del árbol. Pegado a las palabras.
Cuando logramos sacarlo de allí, empiezan a advertir la cantidad de vida contenida que había en esa alma, acallada por elección. Pensando que no tenía otra alternativa. Y fluye la emoción, a borbotones primero, con mucha forma de reacción. Un pus emocional contenido. Un grito que no se había dicho y que le da el espacio a la verdad, que quiere emerger en una realidad que no ha cambiado mucho. Porque hasta el día de hoy había tartamudeado.
Y ahora lo ha decidido. Y todo puede cambiar, todo puede empezar a fluir. Y a soltar. Y comenzarán los otros síntomas, los que se habían suprimido por tartamudear. Los que se habían escondido allí detrás, silenciosos y sigilosos, casi inadvertidos. Pero muy presentes. Muy elocuentes a la hora de expresar que algo está mal. Y que no se puede decir.
En los niños, dentro del ámbito familiar, se ve con mucha claridad. Cuando los padres empiezan a reflexionar ven que el niño deja de tartamudear y sale su “verdadero” carácter. Una personalidad que estaba allí, pero que quedaba detrás de las palabras trabadas, del esfuerzo por decir esa palabra y no lo que sentía. A la perdida de disfluencia le sigue la emergencia de mucha bronca, caprichos y planteos del niño que tenía suspendidos porque no había espacio receptivo en los padres para sus dichos.
Y el efecto dura, más si los padres cambian los hábitos y se hacen cargo de las cuestiones que están emergiendo. No siempre es lo mejor, pero es la verdad, la que está detrás de esas palabras trabadas en su hijo que sufre para no “lastimar”. Y que queda atrapado en la ambigüedad para no perder el amor de los padres, especialmente el de la maternidad.
La disfluencia esconde otros síntomas. Otras pérdidas. Y de ellos se alimenta. Porque descomprime, aunque bloquea.
Porque alivia de otra manera. Aunque genera un sufrimiento diferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario