domingo, 9 de junio de 2013

La tartamudez en los alumnos/as de Educación Infantil

La tartamudez en los alumnos/as de Educación Infantil Dada la gran diversidad de alumnos y alumnas que integran un aula de Educación Infantil, es necesario conocer tanto las características de cada alumno/a en particular, como del alumnado en general, con el fin de detectar posibles problemas o trastornos que dificulten el aprendizaje, y tratar de darles una respuesta adecuada y correcta. Un trastorno que se puede encontrar en alumnos de la etapa de Educación Infantil es la tartamudez. Lenguaje y habla son manifestaciones complejas que hacen de sus trastornos, fenómenos igualmente complicados. Así, la tartamudez ha venido manifestándose de forma sistemática como una de las perturbaciones más rebeldes de la patología del lenguaje. Dado que la gran mayoría de los casos de tartamudez se diagnostican entre los dos y cuatro años, es necesario que el docente de esta etapa conozca en qué consiste, sus síntomas, las causas que la producen, así como su tratamiento desde la escuela. Por supuesto, es imprescindible el trabajo conjunto entre familia y escuela, así como la supervisión de un especialista que evalúe y trate al niño/a, es decir, un logopeda. La tartamudez es un trastorno que consiste en interrupciones involuntarias de la fluidez de la expresión verbal, es decir, repeticiones o prolongaciones en la pronunciación de pequeños elementos de la palabra, especialmente sonidos y sílabas. Estas disrupciones usualmente ocurren con frecuencia o son notablemente distintivas y no fácilmente controlables. Algunas veces, dichas interrupciones se acompañan de actividades accesorias involuntarias del aparato del habla, relacionadas o no con estructuras corporales, o pronunciaciones del lenguaje estereotipadas. Además son frecuentemente indicadoras de la presencia de un determinado estado emocional de naturaleza negativa semejante al miedo, turbación e irritación, que pueden llevar al niño/a a actuar delante de sus compañeros y compañeras con cierta timidez y tensión. Todo ello puede llevar al docente a actuar en determinadas ocasiones de manera incorrecta, con ansiedad e irritación, sobreprotegiendo al alumno/a, dándole prisa para hablar, o terminándoles las frases. Para evitar actuar de esta manera, es necesario conocer los síntomas de la tartamudez. Dichos síntomas dependen de la etapa en que el niño/a desarrolle ese trastorno. Algunos expertos en el tema determinan que la tartamudez tiene cuatro etapas: la primera, denominada la etapa de las repeticiones iniciales, que consiste en repeticiones y vacilaciones del niño que está empezando su aprendizaje del lenguaje, suele ocurrir alrededor de los 3 años de edad; la segunda etapa, denominada, la etapa de las repeticiones convulsivas, que ocurre cuando el niño emite repeticiones más lentas y espasmódicas. Es llamada de tartamudez de transición y suele ocurrir cuando el niño tiene 6 a 7 años. La tercera etapa de denomina confirmada, que es cuando el niño al hablar sufre interrupciones evidentes, se enrojece y no emite sonidos. Luego, vuelve a expresar un discurso aparentemente violento. En esta etapa el niño es consciente de que su manera de hablar es un problema. Por último, en la eta pa avanzada, el niño tartamudea, con movimientos asociados, e incluso presenta trastornos respiratorios. A pesar de las numerosas investigaciones realizadas sobre este trastorno, aun no se conocen con exactitud las causas de la disfemia. Son muchas las teorías propuestas en torno a dichas causas, aunque parece ser que no es un único factor el responsable de todo, sino un conjunto de factores. Como posibles causas se pueden señalar: la herencia; el sexo, ya que se ha comprobado que este trastorno se da más en hombres que en mujeres; la lateralización; los trastornos neurológicos; los trastornos en la estructuración espacio-temporal; así como las alteraciones lingüísticas. En general, los síntomas más frecuentes del tartamudeo son: repeticiones, bloqueos, y prolongaciones de sonidos, palabras o sílabas; utilización de modelos lingüísticos de habla rápida; alteraciones en el tono de voz y en la respiración, como la presencia de bloqueos respiratorios y uso frecuente del aire residual; temblores; aumento del ritmo cardíaco y de la tensión muscular debido al esfuerzo que se realiza para concluir lo que se quiere decir; sentimientos de ansiedad, frustración, vergüenza al hablar, así como movimientos asociados como muecas en la casa, movimientos de la cabeza o encogimiento de los hombros. Por otro lado, los antecedentes familiares de tartamudeo son síntomas de riesgo en la aparición de este trastorno. A nivel general la tartamudez se manifiesta en paros, dudas, titubeos y repeticiones en el momento de la expresión lingüística. En la mayoría de las ocasiones, con una orientación adecuada, se consigue superar sin esfuerzo. Sin embargo, otras veces el niño/a manifiesta una serie de síntomas, considerados de riesgo, en los que se hace precisa una intervención más específica e individualizada. Tareas cotidianas, como hablar en clase o por teléfono, pueden convertirse en una gran pesadilla para los más pequeños. Por esa razón, es necesario que se diagnostique la tartamudez lo antes posible, para que el niño pueda desarrollarse y tener una evolución más completa. La mayoría de los casos de tartamudez comienza entre los 2 y los 4 años. Muchos de los problemas de fluidez (entre el 65 y el 85%) desaparecen espontáneamente, sin tratamiento, en los dos años posteriores a su aparición, pero entre el 20 y el 50 % de estos problemas iniciales pueden continuar hasta la edad adulta. Una vez que el problema es detectado es imprescindible actuar de una manera correcta para vencerlo. El tratamiento de ese trastorno va a depender de la etapa en la cual se encuentra. Se calcula que las dos terceras partes de los niños con alteraciones en la fluidez al hablar las superarán espontáneamente, sin necesidad de tratamiento, pero es indispensable saber si se trata de un niño con riesgo futuro de tartamudez. Si se confirma el diagnóstico, se debe comenzar un tratamiento antes de los 6 años, cuando el lenguaje todavía no está consolidado. En cambio, el tratamiento será más complejo en los casos de etapas más avanzadas. El docente debe conocer las pautas para llevar a cabo un tratamiento correcto y óptimo. Algunas claves para este tratamiento son: aplicar técnicas de relajación muscular para reducir la tensión y la ansiedad; evitar correcciones y que se produzcan burlas hacia el niño/a por parte de sus compañeros y compañeras; fomentar un ambiente adecuado de comunicación; proporcionar al niño/a el tiempo que necesite para hablar; dedicar todos los días un tiempo, aunque sea breve, para hablar con el niño/a, sin prisas y procurando una situación agradable; escuchar al niño/a con atención y mostrando interés en todo momento por lo que dice; prestar más atención a lo que dice que a las faltas de fluidez, sin mostrar preocupación ni desaprobación cuando éstas se produzcan; esperar un breve espacio de tiempo antes de responderle, así él/ella aprenderá también a no interrumpir y a no apresurarse para hablar; hablarle despacio, haciendo pausas entre las frases, así podrá adquirir pautas para l a imitación del adulto, y podrá también entender mejor; no interrumpir al niño cuando esté hablando ni acabarle las frases; utilizar un vocabulario adecuado a la edad del niño/a, de modo que no se le fuerce con contenidos que sean más complicados que su nivel de lenguaje; no presionarle para que hable con adultos u otras personas cuando no quiere hacerlo, ya que esto le podría producir rechazos y complejos; no utilizar el término “tartamudo” para el niño/a que presenta esta dificultad, ya que esta palabra tiene connotaciones negativas que pueden afectar a la autoestima; no darle consejos en el momento que cometa errores, como “habla despacio” o “respira”; no corregirle directamente su forma de hablar o pronunciar, ni hacerle repetir lo que acaba de decir; y por último, no por eso menos importante, hay que reforzar muy a menudo los aspectos positivos en general, lo que lleva a una seguridad en sí mismo; así como reducir el nivel de exigencia en relación no solo al lenguaje, sino a la conducta, aunque planteando en todo momento objetivos realistas y alcanzables. Para concluir, decir que tanto a nivel social como a nivel escolar, no debe hacerse de estos trastornos un tema tabú, sino que deben tratarse abiertamente, pero evitando en todo momento connotaciones negativas, para que de esta forma el niño/a se sienta aceptado e integrado en su contexto social más cercano, y sobretodo dentro de su aula y en la relación con sus compañeros de clase.

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